dilluns, 6 d’octubre del 2025

 Durante una clase de matemáticas en la Universidad de Columbia, un estudiante se quedó dormido.

Cuando despertó, vio dos problemas escritos en la pizarra. Pensando que eran tarea, los copió en su cuaderno sin pensarlo demasiado. Esa noche intentó resolverlos, pero eran endiabladamente difíciles. Pasaron días, semanas, noches en vela en la biblioteca. Aun así, no se rindió. Finalmente, consiguió resolver uno de ellos y escribió cuatro artículos explicando su método. En la siguiente clase, el profesor no mencionó la tarea. El estudiante se acercó y preguntó con desconcierto: —Profesor, ¿por qué no revisó el ejercicio anterior? El profesor, sorprendido, respondió: —¿Ejercicio? No era tarea. Esos eran ejemplos de problemas que nadie en el mundo ha conseguido resolver todavía. El joven se quedó mudo. Había resuelto un problema considerado imposible… simplemente porque no sabía que lo era. Años después, su nombre quedaría grabado en la historia de las matemáticas: George Dantzig. Los cuatro artículos que escribió siguen exhibiéndose en la Universidad de Columbia como símbolo de una lección atemporal: A veces, lo que nos limita no son los problemas, sino las creencias que los rodean. Dantzig logró lo impensable porque no escuchó a nadie decirle “es imposible”. Y esa es, quizás, la ecuación más poderosa que uno puede aprender en la vida.

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